viernes, 22 de julio de 2016

Análisis del concepto felicidad de Bertrand Russell, en el siglo XXI


Análisis del libro: La Conquista de la Felicidad
del filósofo Bertrand Russell

Por: Carolina Canela Tejada

  1. El autor y la obra: contextualización social, político-económica y personal del autor que lo llevaron a escribir: La conquista de la Felicidad
La obra de Bertrand Russell no se puede aislar de las circunstancias sociales, políticas, culturales e incluso hasta personales que lo llevaron a realizar dicha bibliografía. Contrario a lo que popularmente se piensa, los filósofos no viven “en las nubes”, no están de espaldas a su época, no crean sistemas filosóficos a partir de sí mismos y sin ningún anclaje en la realidad; más bien ocurre todo lo contrario, los grandes filósofos suelen estar muy vinculados a su sociedad e intentan con su literatura aportar soluciones a los problemas en los que viven.

Para empezar, La conquista de la felicidad fue publicada en 1930, período muy importante históricamente y lleno de muchos cambios: primero el factor económico de la época no era el más favorable, pues se recuerda la famosa depresión económica del año 1929, situación financiera que sacudió, en los Estados Unidos, a la bolsa de valores de Nueva York y que no tardó en impactar, extensa y profundamente todo rincón del mundo donde el capitalismo había penetrado.

La crisis capitalista de los treinta ensombreció el panorama, revirtió algunas tendencias y sobre todo repercutió en toda la economía a nivel mundial, provocando quiebras de empresas, la caída de los precios del flujo de negocios, de las monedas, de las inversiones y de las ganancias, del empleo y la seguridad (sobre todo de las clases medias). Sumado, el hambre y en su consecuencia la miseria iba en aumento, esto solo para mencionar algunas características propias de esta época, habría que añadir, la precariedad de la restauración de la economía y la generalizada poca esperanza, para completar el cuadro crítico.

Los observadores y especialistas acostumbran a denominar como “la entreguerras” a las dos décadas que separan la paz  al finalizar la primera guerra mundial de 1914, con la firma del tratado de Versalles de 1919 y la invasión de Hitler a Polonia en 1939, que desencadenó la segunda guerra mundial, efectivamente este lapso interbélico de la historia es en el que Russell publica su libro, uniéndose con esto a otros que escribieron múltiples ensayos, de ilusiones pacifistas y de expectativas ingenuamente restauradoras, tal vez sea esto fruto de la "recuperación" que la libra experimentó en los años 1920, y con ella, el espejismo nostálgico de la vuelta al viejo orden económico internacional.
Al principio, en la primera Guerra Mundial, Bertrand Russell adopta una posición pacifista, su activismo en contra de la participación británica en el histórico hecho bélico le hizo perder su membrecía en el Trinity College (de la Universidad de Cambridge). Fue sentenciado a prisión por aconsejar, por medio de la publicación de artículos y panfletos, a jóvenes sobre cómo evitar el servicio militar, fue liberado después de seis meses.

Para 1930 ya había finalizado la Primera Guerra Mundial, pero esto no significó el fin de los conflictos entre los países que se habían enfrentado, por el contrario, en las décadas de 1920 y 1930 los países capitalistas afrontaron nuevos problemas, ya que en este período de entreguerras se desarrollaron complejos procesos políticos, económicos e ideológicos, sobre todo, originados por la ya indicada crisis financiera entre 1929 y 1930 y otros derivados de las condiciones impuestas por los tratados de paz a los vencidos quienes se sintieron oprimidos y dificultaron dichas predisposiciones provocando situaciones de tensión y sospecha.

En el plano político, el nacionalismo fue unos de los motivos de las tensiones entre los Estados europeos. Las reivindicaciones nacionalistas también cobraron fuerza en Alemania e Italia, donde una gran parte de sus habitantes se sentían humillados por el tratamiento que estos países habían recibido con el tratado de Versalles, y la pérdida de territorios que consideraban alemanes e italianos respectivamente. Las dificultades para reorganizar las economías nacionales europeas después de la guerra y recuperar los niveles de producción anteriores a 1914, los inconvenientes para reconvertir la industria bélica, generar el nivel de empleo adecuado para los millones de soldados desmovilizados que volvían a la vida civil, reconstruir los campos y las ciudades, a esto se incorporaron los problemas originados por la ya mencionada crisis sufrida por la economía de los Estados Unidos desde 1929, por lo que a partir de 1930, cada Estado europeo se concentró en encontrar soluciones para los problemas de sus propias economías nacionales.

Inclusive Russell no obvia un componente propio de esa época tan importante, como el orden social cuando habla de la felicidad y al respecto nos dice en su libro:

"Las causas de estos diversos tipos de infelicidad se encuentran en parte en el sistema social y en parte en la psicología individual…Ya he escrito en ocasiones anteriores sobre los cambios que habría que hacer en el sistema social para favorecer la felicidad. Pero no es mi intención hablar en este libro sobre la abolición de la guerra, de la explotación económica o de la educación en la crueldad y el miedo. Descubrir un sistema para evitar la guerra es una necesidad vital para nuestra civilización; pero ningún sistema tiene posibilidades de funcionar mientras los hombres sean tan desdichados que el exterminio mutuo les parezca menos terrible que afrontar continuamente la luz del día" (Russell, 2003, pág. 12)

Otra de las razones que empujan a Russell a escribir sobre la felicidad tiene que ver mucho con su vida personal para esa época, este filósofo tuvo una trayectoria, tanto en la esfera pública como privada, muy interesante y llena de acontecimientos tremendamente singulares, pero esto no es lo más sobresaliente, sino, que de hecho, repasar la vida de Bertrand Russell supone hacer un recorrido histórico por los acontecimientos más importantes que marcaron el siglo XX, entre algunos de ellos están:  las dos guerras mundiales, la lucha por el sufragio femenino, la crisis económica, el desarrollo del capitalismo, el comunismo y el fascismo, la lucha por los derechos civiles en EE.UU., la guerra de Vietnam, los años 60̀s, etc. Russell fue testigo, y en numerosas ocasiones protagonista, de cambios en la sociedad y en la política internacional y si agregamos a esto las personalidades del mundo de la filosofía con quienes se relacionó (Mc. Taggart, G. E. Moore, Whitehead, Ludwig Wittgenstein, etc.), y también con muchas otras figuras relevantes  del ámbito científico, político y cultural con las que mantuvo algún tipo de contacto (Keynes, Lenin, Joseph Conrad, Albert Einstein, entre otros), habría que decir que tuvo una vida sorprendente, admirable y de la que podríamos aprender mucho.

La vida privada de Russell, como la de todos, tuvo sus altas y bajas, investigarla nos da mucho que abstraer, en realidad resulta ser más liberal de lo que en sus libros deja entrever, se casó cuatro veces y tuvo también numerosas amantes, tres divorcios, dos hijos que procreó en su segundo matrimonio con Dora Black, este matrimonio, del cual hablaremos mas adelante, duró once años (1921-1932) y fue justamente la época en que Russell escribió una amplia gama de libros (“Filosofía matemática”, “El ABC de los átomos y de la relatividad”, “El análisis de la mente”, “En qué creo”, “Por qué no soy cristiano”, “Matrimonio y moral”, “Ensayos escépticos”, “Sobre la educación”, “Educación y orden social”, en el cual criticó los programas de eugenesia por su vulnerabilidad ante la corrupción, y en 1932, condenó la “suposición sin garantía” de que “los negros son congénitamente inferiores a los hombres blancos”, en un libro de su autoría en “Racial antagonism” (‘Antagonismo racial’) en New Hopes for a Changing World (1951). De esta época, 1930,  también el aludido libro sobre el que se estipula este análisis: La conquista de la felicidad).

Todos estos libros los escribió, en tres lustros de maravillosa fecundidad intelectual, influenciados por los numerosos viajes que realizó gracias a sus actividades extra- académicas, especialmente por países como China, donde apreció una cultura de valores tales como la tolerancia, la imperturbabilidad, la dignidad, una actitud que valoraba la vida, la belleza y el placer de una manera distinta a la occidental que consideró valiosa, visitó también Alemania, Rusia, Japón, EE.UU., y por supuesto publicó estos libros con el fin de reforzar el mantenimiento y los gastos económicos de un colegio progresista que pretendía estar libre de prejuicios. El colegio reflejaba la idea de Russell de que los niños no debían ser forzados a seguir un currículo académico estricto, este colegio fue establecido en Beacon Hill y lo inauguró junto a su entonces esposa Dora Black, por eso, dicha fase de su vida está relacionada con la labor educativa, (como lo demuestran los numerosos libros que publicó sobre este tema), donde Bertrand y Dora pretendían dar a sus hijos y a otros alumnos, una educación que estuviese libre de los prejuicios habituales, particularmente la inculcación del espíritu religioso y nacionalista, característicos del común de las escuelas. Para dar muestra de ello puede leerse un fragmento de la carta que se dirigía a aquellos que solicitaban información sobre la escuela y el tipo de educación que allí se impartía:
"Respecto a la religión, no hay enseñanza religiosa de ningún tipo, los niños aprenden hechos históricos sobre las diversas religiones del mundo, pero ninguna religión recibe un trato especial. Nos preocupamos de que la educación no esté inspirada en el patriotismo, especialmente en la enseñanza de la historia y geografía, que son las materias que yo imparto. En cuanto a la hermandad entre los hombres, tengo las mismas objeciones que hacia una instrucción moral explícita, en el sentido de que tiende a producir hipocresía y rebelión. La moralidad debe nacer, no puede ser implantada por precepto."
El colegio, que abrió sus puertas en 1927, suponía una serie de responsabilidades y requería un mantenimiento  continuo, cuyos gastos el filósofo trató de costear escribiendo unos cuantos libros, como anteriormente se enumeraron, y artículos para periódicos. Sin embargo, el colegio tuvo que cerrar por diversos motivos como: la conflictividad de algunos alumnos, problemas económicos y administrativos, así como la crítica social a las ideas innovadoras en temas controvertidos y en especial motivo, al deterioro de su matrimonio, que fue de por sí el más escandaloso de sus matrimonios, pues,  aunque  Russell apoyaba el divorcio fácil, solo lo consideraba adecuado si el matrimonio no había tenido hijos: la visión de Russell era que los padres deberían permanecer casados pero tolerantes hacia las infidelidades del otro. Esto reflejaba su vida en ese momento, ya que, Dora tenía públicamente un amante permitido por Russell, quien consideraba que en un matrimonio debía haber más lealtad que fidelidad. Tanto Dora como Bertrand, en ese decenio magnífico de los años 20, creían todavía, con cierta confianza exagerada, en que los conflictos y las relaciones humanas podían ser regulados por el pensamiento racional, la tolerancia mutua y el método científico.

Llevaron a cabo un matrimonio donde pusieron en práctica sus ideas, como que debía haber libertad sexual, donde los celos no tendrían razón de ser, en el que se podría hablar abiertamente de las aventuras sexuales que cada uno de ellos tuviera. La apuesta no era fácil, pero lo intentaron, y Dora lo llevó hasta sus últimas consecuencias
y se buscó un amante de cual quedaría embarazada, esta informándoselo a Russell le propuso abortarlo, pero, él le contestó que no, que lo criaría como si fuera su hijo e incluso así fue, ya que el amante se dio a la fuga, Russell al principio le cedió con mucho sacrificios su apellido de lores y condes prestigiosos a una niña que no era de él, todo eso porque Russell deseaba que sus hijos John y Kate tuviesen una vida familiar normal, cito: “no pretendo sugerir que en una gran crisis, por ejemplo, cuando la ruina es inminente o cuando un hombre tiene motivos para sospechar que su mujer le engaña- sea posible, excepto para unas pocas mentes excepcionalmente disciplinadas, dejar de pensar en el problema en momentos en que no se puede hacer nada” (Russell, 2003, pág. 39), pero, luego él se enredó con la niñera con la que prontamente se casaría por tercera vez, Dora quedó otra vez embarazada del susodicho amante y el resto fue una historia que terminó con el sueño de libertad sexual, tolerancia y lealtad matrimonial y donde la rabia, el desamor, el desagrado, los implacables celos recíprocos, que dicta el corazón y la razón no entiende, desgarraron la unión. La separación y el divorcio no fueron amigables, sino la habitual y terrible pelea de abogados, las mutuas recriminaciones y el resentimiento.

Russell se convierte una vez más en tema de actualidad con la ruptura de su matrimonio con Dora en los años 30, y la causa del divorcio despertará en el público una gran expectación, y asimismo, porque a la muerte de su hermano recibe el título de conde. Deseoso de salir de Inglaterra, donde no consideraba que ocuparía un cargo lo suficientemente relevante, se marchó hacia los EE.UU.

Hablar de la felicidad en este pasaje de la historia y de su vida no debió ser tarea cómoda, pero, resulta que precisamente en esos momentos en donde los embates y golpes que te dan las olas de la vida, es de donde sacas fuerzas para continuar y a veces necesitas algún bote o salvavidas al cual adherirte cuando sientes que te ahogas, “He vivido en busca de una visión, tanto personal como social. Personal: cuidar lo que es noble, lo que es bello, lo que es amable; permitir momentos de intuición para entregar sabiduría en los tiempos más mundanos. Social: ver en la imaginación la sociedad que debe ser creada, donde los individuos crecen libremente, y donde el odio y la codicia y la envidia mueren porque no hay nada que los sustente. Estas cosas, y el mundo, con todos sus horrores, me han dado fortaleza”. (Russell, 1970)

En este caso se puede decir que la obra “La conquista de la felicidad” le sirvió a Russell de referente auxiliatorio para mantener un equilibrio que lo sostuviera sobre las aguas turbulentas en las que se encontraba el mundo y su gente.
“Por eso he titulado este libro La conquista de la felicidad. Porque en un mundo tan lleno de desgracias evitables e inevitables, de enfermedades y trastornos psicológicos, de lucha, pobreza y mala voluntad, el hombre o la mujer que quiera ser feliz tiene que encontrar maneras de hacer frente a las múltiples causas de infelicidad que asedian a todo individuo.” (Rusell, 2003, pág. 113)
El hecho de no aceptar que las cosas que pasan son irrevocables, y que los acontecimientos son inalterables, fue la carrera predilecta en toda la vida de Russell, el no aceptar los sucesos y acontecimientos de su entorno como inevitables e irreversibles, a pesar de que estos no dependían enteramente de las actividades que en favor o en contra este pudiera hacer, siempre se esforzó por dar lo último de sí hasta el postrimero instante de su vida, donde  admitió en Reflexiones en mi octogésimo cumpleaños  fracasar en ayudar al mundo a vencer la guerra y en ganar su perpetua batalla intelectual por verdades eternas.


Corrección: @jcrhenriquez


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