viernes, 7 de abril de 2017

Crónica de una Paranoia Verde




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¿Escucha el murmullo?, es solo un susurro, casi imperceptible, pero incesante, como jadeo de animal sediento. Pero no me afecta, estoy en la cúspide del Olimpo, donde solo los dioses pueden llegar. No me alcanzarán.

¡Ahí está de nuevo! ¿Es que no los oyes? Aunque solo es un aislado jimiqueo, como polluelo olvidado por su madre. Disfraza migajas y vístelas de Solidaridad, apaciguará, de momento, su hambriento quejido y podré reinar tranquilo.



¡Por Dios! Son insaciables, escucha sus sollozos color esperanza. ¡Desagradables mortales! Danzaré con saltos de bailarina de ballet sobre pozuelos de agua sucia para entretenerlos, cuál cisne bailarín sobre lagos cristalinos. Eso los hará cegar el verdor que intenta brillar en sus desconsolados y centenarios ojos.



Insisten, me acechan, hurgan entre contratos sellados con soborno, y así imputarme ilegales errores. ¿Es que no saben, que un dios no se equivoca?



Reclaman utopías. Asedian con sus desgracias humanas mi omnipotente voluntad. Dales, camuflados de 4 %, sobras de educación y demagogias adornadas. Celebrarán su ficticio triunfo, mientras exprimo sus entrañas financieras para alimentar a mis dragones.


Hacen ruido, sofocante e irritante estruendo. ¿No entienden que intento escuchar el armonioso concierto, preparado para su majestad, por la grandiosa Orquesta Sinfónica de Punta Catalina?

Cállalos con enormes bocinas. Te ordeno que sofoques sus gritos con cantaletas de pan y circo. Distrae su inquietante algarabía con percivalezcos atracos y fiscales bofetadas de tránsito, cortinas de humo que desviarán su horrible bulla verde.

Imagen PoteLeche
¡Coño! No se apagan. ¡Los odio! Crecen, se multiplican, se aferran a un color que se lo comió
un burro. Esa multitud tiñe de verde todo mi reino, envenenan mis viñedos celestiales con sus mundanos reclamos de igualdad. ¿Es que olvidan su plebeya posición ante mi monárquico linaje?

Óyelos, ilusos. Piden que cese la Impunidad, no saben que sobre sus podridos cimientos construí mi pomposo y dantesco Palacio. Que corruptas obras de artes adornan sus muros, muros levantados sobre barriles sin fondo. Que mi estatua, esa que fue erigida con el yeso sobrante de contratos leoninos, y celebrada con brindis de caipiriña y zamba, jamás será tumbada.

¡Cállalos, por favor! Enmudece la verdad que brota del verde. Ocúltame de esa marcha cívica que me acorrala y me lacera. Silencia sus gritos por el cambio, vuelve a dormirlos en ese letargo hipodérmico del que espabilan. Calla sus voces de justicia.



Corrección: @jcrhenriquez
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