Media isla paradisíaca, foco de atracción turística para
gran parte de los vacacionistas del mundo. Playas de arenas blancas, ríos
cristalinos de dulsísima agua, hermosos amaneceres y un emocionante contacto
directo con la naturaleza.
Todo esto es cierto, pero no tapemos el sol con un dedo, en
pleno Siglo XXI enfermedades como la malaria, el dengue y el cólera son
desgraciadamente los "verdugos" encapuchados de nuestras comunidades.
Sí, encapuchados, porque surgen y se
esparcen por nuestros barrios y poblaciones, y para que nuestra media isla
permanezca siendo el principal destino turístico del Caribe, las autoridades
competentes las ocultan con una hermosa manta blanca y no es hasta que un
pequeño brote emerge como una incontrolable epidemia cuando una campaña
mediática a destiempo nos advierte sobre una supuesta enfermedad viral que
surgió de la nada, y que sin habernos percatado azota sin compasión nuestra
sociedad. ¿Cuál es el detonante de estos brotes?
Una cañada fétida, repleta de heces y desperdicios que
recorre cual sistema de riego todo el barrio de La Cienaga , por ejemplo, y desemboca en “dulce y cristalino” Río Ozama.
Unas calles citadinas que después de un aguacero transforman
a Santo Domingo en uno de los causes amazónicos de Suramérica, gracias a un sistema
de alcantarillas que al parecer no ha experimentado reestructuración alguna
desde que Nicolás de Ovando lo construyó cuando fue Gobernador de Indias en La Española en 1502.
A estas enfermedades le agregamos unos hambrientos cánceres
fiscales, un huracán de paquetes impositivos que devoran inmisericorde nuestros
paupérrimos sueldos, que dicho sea de paso, no alcanzan siquiera para cubrir la
más básica de las necesidades sociales: "La Canasta Familiar ".
Exorbitantes impuestos que exprimen nuestra economía y nos
provocan llagas al dorso de las manos de
introducirlas en los bolsillos constantemente, y es indignante saber que la
mayoría de esas recaudaciones son destinadas al pago de deudas nacionales e
internacionales contraídas por medio a empréstitos aprobados bajo un
irresponsable criterio de nuestros gobernantes y legisladores, que en lugar de
utilizar esos fondos para mejorar servicios como educación y salud, dilapidan
el erario público ensanchando hasta el desborde sus arcas personales y gastando
sin medidas el dinero que debería ser destinado a cubrir los servicios básicos
que por derecho nos corresponde, no obstante, pagar impuestos al Estado para
poder recibir dichos servicios, tenemos que tratar los achaques médicos en
clínicas ya que en los hospitales públicos es casi imposible hasta recibir los
primeros auxilios, y ni hablar de los precios estratosféricos de los colegios
privados que nos vemos obligados a pagar porque el sistema de educación
dominicano carece de las facilidades logísticas mínimas para que se pueda
impartir clases de una manera digna.
Turistas del globo terráqueo, no dejen de visitar las
bellísimas costas dominicanas, cubiertas de hermosas palmeras y una refrescante
y riquísima agua de coco.
Un verdadero Archipiélago De Insalubridad e Inflación, digo
de “azúcar y de alcohol”.