jueves, 20 de noviembre de 2014

Archipiélago de insalubridad e inflación.


Media isla paradisíaca, foco de atracción turística para gran parte de los vacacionistas del mundo. Playas de arenas blancas, ríos cristalinos de dulsísima agua, hermosos amaneceres y un emocionante contacto directo con la naturaleza.

Todo esto es cierto, pero no tapemos el sol con un dedo, en pleno Siglo XXI enfermedades como la malaria, el dengue y el cólera son desgraciadamente los "verdugos" encapuchados de nuestras comunidades. Sí, encapuchados, porque surgen  y se esparcen por nuestros barrios y poblaciones, y para que nuestra media isla permanezca siendo el principal destino turístico del Caribe, las autoridades competentes las ocultan con una hermosa manta blanca y no es hasta que un pequeño brote emerge como una incontrolable epidemia cuando una campaña mediática a destiempo nos advierte sobre una supuesta enfermedad viral que surgió de la nada, y que sin habernos percatado azota sin compasión nuestra sociedad.  ¿Cuál  es el detonante de estos brotes?

Una cañada fétida, repleta de heces y desperdicios que recorre cual sistema de riego todo el barrio de La Cienaga, por ejemplo,  y desemboca en “dulce y cristalino” Río Ozama.

Unas calles citadinas que después de un aguacero transforman a Santo Domingo en uno de los causes amazónicos de Suramérica, gracias a un sistema de alcantarillas que al parecer no ha experimentado reestructuración alguna desde que Nicolás de Ovando lo construyó cuando fue Gobernador de Indias en La Española en 1502.

A estas enfermedades le agregamos unos hambrientos cánceres fiscales, un huracán de paquetes impositivos que devoran inmisericorde nuestros paupérrimos sueldos, que dicho sea de paso, no alcanzan siquiera para cubrir la más básica de las necesidades sociales: "La Canasta Familiar".

Exorbitantes impuestos que exprimen nuestra economía y nos provocan llagas al dorso de las manos  de introducirlas en los bolsillos constantemente, y es indignante saber que la mayoría de esas recaudaciones son destinadas al pago de deudas nacionales e internacionales contraídas por medio a empréstitos aprobados bajo un irresponsable criterio de nuestros gobernantes y legisladores, que en lugar de utilizar esos fondos para mejorar servicios como educación y salud, dilapidan el erario público ensanchando hasta el desborde sus arcas personales y gastando sin medidas el dinero que debería ser destinado a cubrir los servicios básicos que por derecho nos corresponde, no obstante, pagar impuestos al Estado para poder recibir dichos servicios, tenemos que tratar los achaques médicos en clínicas ya que en los hospitales públicos es casi imposible hasta recibir los primeros auxilios, y ni hablar de los precios estratosféricos de los colegios privados que nos vemos obligados a pagar porque el sistema de educación dominicano carece de las facilidades logísticas mínimas para que se pueda impartir clases de una manera digna.

Turistas del globo terráqueo, no dejen de visitar las bellísimas costas dominicanas, cubiertas de hermosas palmeras y una refrescante y riquísima agua de coco.


Un verdadero Archipiélago De Insalubridad e Inflación, digo de “azúcar y de alcohol”.

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