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Necedad fuera desbocar opiniones a la ligera sin al menos repasar los hechos que provocaron la conmemoración mundial que el 8 de marzo representa.
A mediados del siglo XIX las mujeres en los Estados Unidos se incorporaban de manera activa a la producción, principalmente en el área textil. En marzo de 1857 miles de mujeres, costureras industriales, marcharon en reclamo de mejoras salariales y pidiendo el cese de las infrahumanas condiciones laborales.
Esas movilizaciones continuaron en el transcurso del tiempo. 50 años más tarde ocurrió un hecho atroz que quedó marcado como una de las más grandes tragedias en el campo industrial. El ocho de marzo de 1908 más de 40,000 trabajadoras textiles estadounidenses se declararon en huelga. Mientras acontecía la manifestación, brutalmente constreñida por la policía, se lanzaron bombas incendiarias en la fábrica textil Cotton, en Nueva York, en su interior se encontraban encerradas 146 mujeres con edades entre 16 y 23 años, murieron calcinadas.
Sus demandas eran: derecho a pertenecer a los sindicatos de trabajadores, tandas laborales menos largas, mejoras salariales y rechazo al trabajo infantil.
Estos acontecimientos son señalados como las razones para declarar el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.
El ocho de marzo no se conmemora la candidez y delicadeza femenina, no celebramos su fragilidad, abnegación y belleza. Este día no se refiere a cuan grandes madres, hermanas y esposas son.
La fecha evoca lucha y revolución laboral, es un día que significa reclamos sociales e igualdad de género. Es un llamado a despertar, a empoderarse, a exigir aquellos derechos vilipendiados e ignorados que le corresponden a la mujer, no por ser mujer, sino por ser entes imprescindibles de nuestras sociedades.
Sí, imprescindibles, no se puede concebir una sociedad diáfana sin la participación activa de las féminas.
Hoy no las felicito, porque las reivindicaciones provocadas por esas titánicas luchas, como el derecho al voto, por ejemplo, no es algo que ellas deberían agradecerle a los hombres. Son derechos fundamentales que por demás les corresponde y por tal, los Estados están en la obligación de proporcionarlos.
Por eso hoy no las felicito, hoy las apoyo. Me uno fervientemente a su marcha, a sus reclamos. Enlazo mis fuerzas a las suyas, y levanto mi voz para que esos oídos sordos por elección escuchen, fuerte y claro, el llamado de la equidad.
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