Ella me conoce bien, tal vez más que yo, sabe de lo que soy capaz y de esa inmensidad de cosas que me aterrorizan. Está consciente de su influencia en mi sangre y de las inspiraciones que emanan de su esplendor.
Ella ha pulido mi armadura, revistió su metal
con un fulgor hipnotizante que la hace parecer impenetrable. Ha sido testigo de
mis combates, me ha visto blandir la espada y me ha brindado su cerco protector
para enfrentar esos gélidos fantasmas que asedian mi trayecto.
Consiente mis excitaciones y se yergue
espléndida para que dedique sus misterios a la silueta de una damisela, que
ceñida en su hechizo alimenta mis hambrientos deseos con sus desmesurados
gemidos.
Es culpable de mi licantropía, cuando intrépida
se manifiesta, poseyendo la cintura subyugadora de esa mujer que encierra mi
sutileza y libera la fiereza de un Lycan ávido del derroche de sus mieles.
Desaparece en el horizonte, se hace extrañar, mientras
pasea su deslumbramiento por lejanos hemisferios. Pero siempre siento el
susurro de su brillo vigilando mis desvelos. Sé que de alguna forma su
presencia se derrama en mis versos.
Soy esclavo de su majestuosidad y amo de las ovejas que ella pone al alcance de mis garras. Ella aplaca el dolor causado por esos delirios perdidos que duele en la dermis y penetra hasta el tuétano. Y se place en mi embriaguez, cuando con el añejado ron celebro cada caricia alcanzada.
Ella me conoce bien, lo que he sido y en lo que
me he convertido. Conoce mis suspiros y enfados, mis deseos y temores, sabe de
mis musas y delirios. Es cómplice de mis lujurias y dueña de mis
transformaciones. Ella ha lamido mis heridas y motivado mis arrebatos. Si de mi
quieres saber detente a escucharla, de cuando en vez sus destellos relatan parte
de mi historia.
Ella me conoce bien
Ella nos conoce muy bien.
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